El artículo firmado por Ángel Berges y Emilio Ontiveros publicado en “El País” el pasado martes 15 de octubre, me ha permitido saber que los tres galardonados con el Premio Nobel de Economía 2013 han dedicado gran parte de sus vidas a entender y explicar la racionalidad de los mercados financieros: Eugene Fama desde la perspectiva del análisis teórico, Robert Shiller analizando empíricamente su volatilidad y Lars Hansen tratando de modelizarlos con sofisticadas y precisas técnicas estadísticas y econométricas. Es evidente que el tema merece la pena especialmente a partir de la debacle que se produjo en dichos mercados en Agosto del año 2007 y las que produjeron después y siguen provocando un estado permanente crítico en la Economía global.
Sin duda hay gran número de personalidades académicas y profesionales merecedoras de ser galardonadas con el Nobel -o que ya lo han sido, como se dice en el citado artículo- que llevan trabajando muchos años con semejante afán en tan trascendental labor, pero, a pesar de ello, no se pudo evitar la gran crisis financiera que comenzó con la desconfianza generalizada de los agentes en el Mercado Interbancario y sigue generando la Crisis Económica Mundial que aún padecemos (décimas de crecimiento del PIB más o menos) con alto riesgo de entrar en una profunda recesión. Por lo tanto, este calamitoso estado de la Economía Mundial, al parecer, no puede atribuirse a la carencia de ciencia, sino quizá a la falta de conciencia.
Resulta tautológico decir que los mercados, todos los mercados, son instituciones nacidas a partir de la institucionalización del dinero como mercancía singular diferenciada de las demás por la confianza generalizada de los agentes en la estabilidad de su valor, de forma que el valor del dinero se convierte así en patrón de medida y cómputo del valor de las demás mercancías (bienes y servicios) que afluyen a los mercados. Si bien esto no ha sido nunca del todo cierto, durante siglos se ha venido aceptando convencionalmente como predicado de eficiencia en los mercados internos al ámbito de circulación con carácter legal de cada moneda. Ahora bien, los mercados internacionales nunca han contado con un patrón de valor, es decir con “un dinero” conceptualmente equivalente a ese del que hablamos, tras, si se quiere, la caída del Imperio Romano y, por lo tanto, hablar de la eficiencia de los mercados internacionales (sean o no financieros) es hablar de una entelequia -en el sentido filosófico del término: discurso cuyo fin se centra en sí mismo- y no debe confundir al común de los mortales que entienden el equilibrio eficiente de los mercados como garantía de optimización del bien común que, en este caso, debería ser de ámbito universal.
Cuando el año 1944 se adoptaron los Acuerdos de Bretton Woods, se perdió la oportunidad -siguiendo los planteamientos de Keynes- de dotar al Mundo de “un dinero” eficiente, que lo fuera también en el mercado internacional, pero la cuestión se resolvió de otra manera y el problema se agravó tres décadas más tarde, al permitirse que el Sistema Monetario Internacional evolucionara con unas reglas de juego más relajadas (tal vez más liberales) por las que un fabricante de cualquier cosa en cualquier lugar -pongamos en la Eurozona- que quiere vender tal cosa en Japón no puede saber si su precio de oferta será más o menos competitivo dentro de quince días y no le queda otra alternativa que asumir el coste de oportunidad de “no vender”, o bien, si logra la venta, asumir el riesgo de cambio a euros de los yenes que paguen los japoneses por la tal cosa.
Emergió entonces, sin apenas regulación, un boyante “Mercado de Divisas” que mejor sería llamar “Instituto de Trueque de Divisas” (ya que carece de un patrón universal de valor para realizar los intercambios) y a su vez, dicho “mercado” quedó subsumido en otro más amplio, el Mercado Financiero Global, por el que actualmente circula toda clase de “promesas de pago”, tanto las de los Estados bajo la fórmula: el banco emisor pagará al portador…, como las emitidas por entidades bancarias, financieras y aseguradoras, permitiéndose que el primero, el de divisas, se rija por las cotizaciones cruzadas de cada par de divisas, conocidas en tiempo real gracias a la magia de la teleinformática y en cuya variabilidad influye, además de la oferta/demanda de cada divisa, la prima de riesgo del país emisor, las expectativas de evolución de su economía, el color del partido que lo gobierna, etc., así como un espléndido universo de apreciaciones acerca de los riesgos y posiciones en que están implícitos los principales agentes del Mercado Financiero Global y sus respectivas cuotas de mercado en los negocios de cada país. Por otra parte y como prueba del “éxito” alcanzado, en los últimos decenios dicho Mercado, con tales hábitos o reglas, ha crecido hasta el punto de que hay quien estima que el valor agregado de los activos que se manejan en él, es diez o doce veces el de todos los “activos no financieros” que hay en el Planeta.
Resulta fácil entender, apelando simplemente al sentido común, que el “dinero” (nuestro dinero) en tal situación no tiene nada que ver con lo que la gente entiende y siempre ha entendido que es. Se trata pues de un manifiesto y colosal abuso (¿de quién?) apoyado en la sempiterna esencia fiduciaria del dinero fundamentada en la fe del pueblo que, aun engañado muchas veces a lo largo de la historia, cree está razonablemente avalada por las Autoridades Monetarias y, evidentemente, esto no es así. Baste ver que en la Eurozona nadie responde como Autoridad del Euro, o si se prefiere mirar para otro lado fijémonos en el “pulso” que durante las últimas semanas ha echado la Cámara de Representantes y el Senado de los EE.UU., a su presidente Obama, por el que, se dice, la mayor potencia económica del Mundo podría haber llegado a la “¿suspensión de pagos?”
Bien está que los Economistas sigan tratando de desvelar y entender la racionalidad de lo dado, es su oficio, para luego de entenderlo, explicarlo y modelizarlo para ilustrar el comportamiento más racional posible de los agentes, pero creo que en la circunstancia actual de institucionalización del dinero, tanto a nivel local como global, no se necesita demasiado aparato analítico para comprender que los mercados internacionales, y por ende los nacionales también, no pueden alcanzar jamás un mínimo grado de eficiencia. Por ello, debería ser unánime la voz de los Economistas reclamando de los “poderes fácticos” una re-creación a nivel universal del dinero, a fin de que sirva realmente de patrón de valor eficientemente a cubierto de especulaciones espurias en los Mercados Financieros que, a su vez, son responsables de hacer que estos mercados sean necesariamente ineficientes, al no disponer de “un dinero” de que fiarse y el mal, convertido en endémico, carcome el Sistema sostenido sobre el predicado de libertad de Mercado, confiando en su eficiencia.
El mal está pues tanto en el huevo como en la gallina y no sé que habría de hacerse primero, si regular y controlar a nivel mundial las actividades bancarias y financieras (cosa que evidentemente repugna al Sistema), o bien crear un Banco Emisor de una Moneda Universal y ponerla en circulación; pero no debería existir duda racional alguna de que lo urgente es dotar a nuestro Mundo (globalizado) de una Autoridad Democrática Global que lo gobierne al menos en lo económico. Y toda Autoridad Política en ejercicio, sea donde sea y al nivel que sea, que no demuestre colaborar en tal sentido, orientando a tal fin sus políticas, debería ser amplia y claramente denunciada ante sus votantes por todos los responsables destacados de la Ciencia Económica, a quienes correspondería ya de inmediato la ardua tarea de trazar la hoja de ruta para llegar a ello y para, tal vez, merecer ser galardonados con los Premio Nobel de los próximos años.
El huevo y la gallina
El artículo firmado por Ángel Berges y Emilio Ontiveros publicado en “El País” el pasado martes 15 de octubre, me ha permitido saber que los tres galardonados con el Premio Nobel de Economía 2013 han dedicado gran parte de sus vidas a entender y explicar la racionalidad de los mercados financieros: Eugene Fama desde la perspectiva del análisis teórico, Robert Shiller analizando empíricamente su volatilidad y Lars Hansen tratando de modelizarlos con sofisticadas y precisas técnicas estadísticas y econométricas. Es evidente que el tema merece la pena especialmente a partir de la debacle que se produjo en dichos mercados en Agosto del año 2007 y las que produjeron después y siguen provocando un estado permanente crítico en la Economía global.
Sin duda hay gran número de personalidades académicas y profesionales merecedoras de ser galardonadas con el Nobel -o que ya lo han sido, como se dice en el citado artículo- que llevan trabajando muchos años con semejante afán en tan trascendental labor, pero, a pesar de ello, no se pudo evitar la gran crisis financiera que comenzó con la desconfianza generalizada de los agentes en el Mercado Interbancario y sigue generando la Crisis Económica Mundial que aún padecemos (décimas de crecimiento del PIB más o menos) con alto riesgo de entrar en una profunda recesión. Por lo tanto, este calamitoso estado de la Economía Mundial, al parecer, no puede atribuirse a la carencia de ciencia, sino quizá a la falta de conciencia.
Resulta tautológico decir que los mercados, todos los mercados, son instituciones nacidas a partir de la institucionalización del dinero como mercancía singular diferenciada de las demás por la confianza generalizada de los agentes en la estabilidad de su valor, de forma que el valor del dinero se convierte así en patrón de medida y cómputo del valor de las demás mercancías (bienes y servicios) que afluyen a los mercados. Si bien esto no ha sido nunca del todo cierto, durante siglos se ha venido aceptando convencionalmente como predicado de eficiencia en los mercados internos al ámbito de circulación con carácter legal de cada moneda. Ahora bien, los mercados internacionales nunca han contado con un patrón de valor, es decir con “un dinero” conceptualmente equivalente a ese del que hablamos, tras, si se quiere, la caída del Imperio Romano y, por lo tanto, hablar de la eficiencia de los mercados internacionales (sean o no financieros) es hablar de una entelequia -en el sentido filosófico del término: discurso cuyo fin se centra en sí mismo- y no debe confundir al común de los mortales que entienden el equilibrio eficiente de los mercados como garantía de optimización del bien común que, en este caso, debería ser de ámbito universal.
Cuando el año 1944 se adoptaron los Acuerdos de Bretton Woods, se perdió la oportunidad -siguiendo los planteamientos de Keynes- de dotar al Mundo de “un dinero” eficiente, que lo fuera también en el mercado internacional, pero la cuestión se resolvió de otra manera y el problema se agravó tres décadas más tarde, al permitirse que el Sistema Monetario Internacional evolucionara con unas reglas de juego más relajadas (tal vez más liberales) por las que un fabricante de cualquier cosa en cualquier lugar -pongamos en la Eurozona- que quiere vender tal cosa en Japón no puede saber si su precio de oferta será más o menos competitivo dentro de quince días y no le queda otra alternativa que asumir el coste de oportunidad de “no vender”, o bien, si logra la venta, asumir el riesgo de cambio a euros de los yenes que paguen los japoneses por la tal cosa.
Emergió entonces, sin apenas regulación, un boyante “Mercado de Divisas” que mejor sería llamar “Instituto de Trueque de Divisas” (ya que carece de un patrón universal de valor para realizar los intercambios) y a su vez, dicho “mercado” quedó subsumido en otro más amplio, el Mercado Financiero Global, por el que actualmente circula toda clase de “promesas de pago”, tanto las de los Estados bajo la fórmula: el banco emisor pagará al portador…, como las emitidas por entidades bancarias, financieras y aseguradoras, permitiéndose que el primero, el de divisas, se rija por las cotizaciones cruzadas de cada par de divisas, conocidas en tiempo real gracias a la magia de la teleinformática y en cuya variabilidad influye, además de la oferta/demanda de cada divisa, la prima de riesgo del país emisor, las expectativas de evolución de su economía, el color del partido que lo gobierna, etc., así como un espléndido universo de apreciaciones acerca de los riesgos y posiciones en que están implícitos los principales agentes del Mercado Financiero Global y sus respectivas cuotas de mercado en los negocios de cada país. Por otra parte y como prueba del “éxito” alcanzado, en los últimos decenios dicho Mercado, con tales hábitos o reglas, ha crecido hasta el punto de que hay quien estima que el valor agregado de los activos que se manejan en él, es diez o doce veces el de todos los “activos no financieros” que hay en el Planeta.
Resulta fácil entender, apelando simplemente al sentido común, que el “dinero” (nuestro dinero) en tal situación no tiene nada que ver con lo que la gente entiende y siempre ha entendido que es. Se trata pues de un manifiesto y colosal abuso (¿de quién?) apoyado en la sempiterna esencia fiduciaria del dinero fundamentada en la fe del pueblo que, aun engañado muchas veces a lo largo de la historia, cree está razonablemente avalada por las Autoridades Monetarias y, evidentemente, esto no es así. Baste ver que en la Eurozona nadie responde como Autoridad del Euro, o si se prefiere mirar para otro lado fijémonos en el “pulso” que durante las últimas semanas ha echado la Cámara de Representantes y el Senado de los EE.UU., a su presidente Obama, por el que, se dice, la mayor potencia económica del Mundo podría haber llegado a la “¿suspensión de pagos?”
Bien está que los Economistas sigan tratando de desvelar y entender la racionalidad de lo dado, es su oficio, para luego de entenderlo, explicarlo y modelizarlo para ilustrar el comportamiento más racional posible de los agentes, pero creo que en la circunstancia actual de institucionalización del dinero, tanto a nivel local como global, no se necesita demasiado aparato analítico para comprender que los mercados internacionales, y por ende los nacionales también, no pueden alcanzar jamás un mínimo grado de eficiencia. Por ello, debería ser unánime la voz de los Economistas reclamando de los “poderes fácticos” una re-creación a nivel universal del dinero, a fin de que sirva realmente de patrón de valor eficientemente a cubierto de especulaciones espurias en los Mercados Financieros que, a su vez, son responsables de hacer que estos mercados sean necesariamente ineficientes, al no disponer de “un dinero” de que fiarse y el mal, convertido en endémico, carcome el Sistema sostenido sobre el predicado de libertad de Mercado, confiando en su eficiencia.
El mal está pues tanto en el huevo como en la gallina y no sé que habría de hacerse primero, si regular y controlar a nivel mundial las actividades bancarias y financieras (cosa que evidentemente repugna al Sistema), o bien crear un Banco Emisor de una Moneda Universal y ponerla en circulación; pero no debería existir duda racional alguna de que lo urgente es dotar a nuestro Mundo (globalizado) de una Autoridad Democrática Global que lo gobierne al menos en lo económico. Y toda Autoridad Política en ejercicio, sea donde sea y al nivel que sea, que no demuestre colaborar en tal sentido, orientando a tal fin sus políticas, debería ser amplia y claramente denunciada ante sus votantes por todos los responsables destacados de la Ciencia Económica, a quienes correspondería ya de inmediato la ardua tarea de trazar la hoja de ruta para llegar a ello y para, tal vez, merecer ser galardonados con los Premio Nobel de los próximos años.
Jesús Cabrera
Madrid, 19 de octubre de 2013